Y que puedo decirte ya,
si conoces
mis sentimientos por ti.
¿No es verdad?
A pesar que he tratado
de olvidarte no
lo he conseguido.
¡Créemelo!
Y lo gracioso,
o más bien
patético, es que no se
como eres realmente.
No se como brillan tus ojos.
No se como son tus labios.
No se de que forman se esparce
tu cabellera sobre tus pensamientos.
No se como son
las ternuras de tus orejas,
ni tampoco lo grácil de tu nariz.
Ni la suavidad de tu voz
a toparse con mis ilusiones.
¡Que daría por saberlo!
Que daría,
por saber la belleza de tus manos.
La forma de tus hombros.
La preciosidad de tus brazos.
La voluptuosidad de tus senos.
Lo bello de tu cintura.
La perfección torneada de tus piernas.
Las ganas perturbables de
acariciar tus albos y lindos pies,
y besarlos,
con desesperación de amante
obnubilado por tus andares.
¡Quien pudiera!
¡Quien pudiera!
Verte, tal cual como eres,
todos, absolutamente todos,
te han visto, menos yo.
Y se que no lo merezco,
que no te merezco,
y así me lo has dado a entender.
¡Todos, menos yo!
Mi amada anatema,
siempre serás lo imposible
para mi,
pero lo posible para
los demás.
Y aunque te rías
o te enojes, te lo digo,
así es como te prefiero:
Intocable para mis manos,
mis ojos y todo mi ser.
Así es como te amo yo,
mi niña bonita,
con toda
la cobardía de saberte
inalcanzable, solo para mí.
Pero real para aquel
que no se sienta
menos
de estar cerca a ti.