
Era tan bella
Tan preciosa.
Tan efímera.
Tan jubilosa.
¡Cómo cantaba a la vida!
Risueños ojos negros.
Perla fina diamantada;
mirada por mi adorada.
Me acerqué despacito a ella
y le canté una bella canción de amor,
sus ojos chisporroteaban de dulce clamor
y siguió con su hermosa voz,
mi canción.
¡Éramos uno para el otro!
Éramos día y noche.
Éramos luz de luna.
Éramos lucero de medianoche.
Surcábamos
mil fantasías por los cielos
y nos reíamos entre vuelos.
¡Volaba junto a ella!
¡Volaba junto a mi estrella!
Pero llegó a nuestras vidas
la negrura,
llegó los cantos tristes,
llenos de amargura.
Ella, adorada comilona,
comió un pedacito de cielo
y en mis brazos cayó,
no sin antes decirme… ¡Te quiero!
Si has presenciado un diluvio eterno.
-Pues te diré-
Que las lágrimas que brotaron de
mi dolor,
no se comparaban con aquella mención.
Junte ramita, tras ramita.
Junte dolor, tras dolor
y llegué a cubrir a mi amada,
no si antes pedirle perdón.
Vuelo los cielos
dando vueltas sobre mi amor.
Y solo espero caer muerto.
Sobre su cuerpecito azulado,
sobre su corazoncito bien amado,
que se llevó mi vida,
que se llevó mi amor.