
Mande hacerle un estuche de cristal a la exótica flor para que así no se deteriorara. Les enseñaba a los que podía lo hermosa que era, sin embargo, unos me miraban extrañados; otros no se daban por entendidos y uno que otro mostró cierto terror al verla.
Una anciana se me acerco con lágrimas que caían de su cansado rostro y me pidió tocarla, me dio lastima decirle que no. Saque con cuidado la candidez hecha flor y se la puse en sus manos.
Ella empezó a contarme la segunda parte del relato mientras se hundía su pecho de angustia...
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Lugar gris, sin brillo de estrellas, sin mirada estática de luna suspirante, viento silenciado por la tristeza de una bella mujer que musita su melancolía; lágrimas negras que recorren sus mejillas…, los recuerdos de amores vanos se van revelando lentamente en sus pensamientos, suspiros fortuitos que le hacen entender, que su vida sentimental estuvo llena de lujuria trastornada, por que amor sincero…, jamás tuvo en la vida.
Cuervos temibles y una esquelética cabeza rodea su ser, pensamientos que le narran, el encuentro de una alegría perpetua más allá de la vida.
Abre sus labios humedecidos por el llanto de la soledad y con voz mustia aclama al dios eterno su infinita agonía:
- Nadie se apiada de mí…
- Nadie sufre por mí…
- Un beso de amor, jamás he sentido…
- Lujuria insana, eso es lo que he obtenido…
- Apiádate de mi, hacedor de este mundo de horrible delirio y acaba con este martirio…, termina de una vez con mi dolor atroz.
Cielos recalcitrantes de una oscuridad jamás imaginada, estrellas agonizantes, dan su último fulgor en el firmamento ensombrecido; aura desfalleciente de una luna que de vez en cuando asoma su mirada entre el velo de nubes deslucidas…, llevándose consigo trémulos recuerdos de vidas sofocantes, austeras de amor verdadero.
La mujer siente a sus espaldas una suave brisa que acaricia suavemente su desfalleciente ser, gira lentamente y en sus hermosos ojos azules se dibuja la figura de una celestial identidad…, ángel de cabellos negros y delgados…, de mirada apagada, de alas extremadamente níveas como su virginal corazón…, le habla con tristeza plena que agobia su corazón atormentado:
- Preciosa niña de voz y vida taciturna…
- Eres reflejo imperfecto de mi vida…
- He recorrido el mundo; las épocas, las diferentes civilizaciones que han surgido y luego desaparecido…, buscaba felicidad, pero solo he encontrado mi propia melancolía.
- He querido sonreír a la vida, sin embargo solo he hallado trémula insidia.
- He visto amantes queriéndose fogosamente, para después olvidarse mutuamente.
- Las edades de los enamorados a veces diferían pero el final de su vida amorosa siempre era la misma…, un meditabundo olvido.
La doncella se ve pensativa, y recibe de las manos del ángel un cuaderno de poemas, y entre todos ellos, su nombre estaba escrito con apasionante delirio…Vilde.
Un ruego lastimero sale del ser alado, una suplica que letra a letra, escribe su corazón enamorado.
- Has que mis ojos extinguidos se iluminen y que mi alma solitaria conozca lo que es verdadero amor.
- Disipa por favor; este mortal temor de no encontrar a quien adorar con este corazón puro y virginal.
- Sacia mis labios secos y partidos, has que se detenga mi dolor, te lo imploro…, por favor.
La beldad de mujer sonríe al ángel dolido y le concede un beso de hermoso brío…, acaricia sus cabellos e ilumina al trémulo ser con sus ojos de cielos limpios y radiantes.
El ángel entre lágrimas abraza con dulzura a la linda dama y con suave rumor de sus labios le entona una canción de amor:
…Cariño como el nuestro/es un castigo/que se lleva en el alma/hasta la muerte/mi suerte/necesita de tu suerte/y tu/ me necesitas mucho mas/…Por eso/no habrá nunca/despedida/ni paz alguna habrá/de consolarnos/el paso del dolor/ha de encontrarnos…/frente a frente/y nada mas...
Una caricia lleno de dulce amor los encierra y la luna ambarina, describe una sonrisa de complicidad por su ángel querido, mientras el susurro del viento acaricia tenuemente a los extraños amantes.
A lo lejos, fuera de este mundo terrenal, se escucha una voz infernal, que repite sin cesar:
- ¡Mi señor creador!…, ¡Mi señor misericordioso!…, te traiciono tu ángel que es pura hipocondría.
- Quebró tu precepto que es ley.
- ¿Dime ahora?… ¿Qué harás con el?...
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La humilde anciana me devolvió la flor cristalina y con terrible desesperación, en medio de su llanto, musito:
- Pobre mi hija, encontrar el amor y convertirse en maldita…