De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había
llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se
sentía desgraciado.
"Yo no debía hacerle caso -me confesó un día el principito- nunca hay que
hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el
planeta, pero yo no sabía gozar con eso… Aquella historia de garra y tigres
que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme".
Y me contó todavía:
"¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por
sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí!
¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan
contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla"...
Antoine De Saint Exupery
llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se
sentía desgraciado.
"Yo no debía hacerle caso -me confesó un día el principito- nunca hay que
hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el
planeta, pero yo no sabía gozar con eso… Aquella historia de garra y tigres
que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme".
Y me contó todavía:
"¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por
sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí!
¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan
contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla"...
Antoine De Saint Exupery

Y mi flor se acurruco,
todo ella, volviendose
un ovillo de seda
Y de aquel
carmíneo ovillo,
surgio una mariposa de oro.
Alzo vuelo,
surcando alegre,
los cielos.
Y con el aleteo de sus
purpurinas alas,
creaba amor,
entre sus siervos.
Las pequeñitas mariquitas
la contemplan,
emitiendo una tenue
sonrisita.
Y las hadas revolotean,
entre su cuerpo tierno.
¡Que bella eres,
corazoncito de mi reino!
¡Que linda eres,
estrellita de mi cielo!.
De pronto caen,
gotitas de hielo.
Que al rociar el campo,
hacen un tintín,
que recuerdan,
que ella es el propio cielo.
Se oyen las voces de
pequeños angelitos,
que alaban con dulzura,
el resplandor, de su hermosura.
¡Trae alegria!
¡Trae felicidad!
Entre los seres
que la protegen y
la enamoran.
El propio viento,
deja de respirar,
ante su vuelo.
Y el sol todo orgulloso,
y todo vanidoso,
se olvida,
de el tiempo.
Y yo, el principito,
con lágrimas que cubren
mi descorazonado anhelo,
le digo en voz bajita.
¡Adíos mi amada mariposita,
nunca supiste,
cuanto te quiero!
