Tan solo tú...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Me sentía libre, sin ataduras, independiente de todo lo que me rodeaba, invulnerable ante las miradas, ante las risas, ante las tristezas, ya había curado las heridas hechas de almíbar, había vuelto mi forma alegre de ver la vida, de ironizar la propia inmadurez de mis semejantes y sobretodo la mía.

Me hallaba brillante y resplandeciente en éste cielo raso, mi luz de oro, mis dos núcleos zarcos, mi rostro de alabastro enigmático para la gran mayoría, pero no para ti.

Y no sé por qué, o en que momento ocurrió que sentí la necesidad de tu presencia, de tu alegría muy desbordante, muy burbujeante. Añoraba en cada minuto tener tu mirada sobre la mía, esos ojos apeninos que hacia anhelarte aún más cuando corría el tiempo sobre mí.

Traté de dormir en los días y esconderme en las noches, entre los gemelos imperiales, entre el rey de la naturaleza viva pero, no sé cómo tú siempre me encontrabas.

Los días y las noches ya no valían sin ti, y de tanto, de tanto desear lo casi imposible caí fulgurante en la candidez de tus manos y me sentí muy débil, muy frágil, muy pequeño ante tu piel de nieve y tus borde de carmín, traté de oponer resistencia, lo traté, lo juro, sin embargo, ya mi corazón tenia tus huellas dentro de él.

Y en una tarde, en un parquecito de colores con las aves que recitaban rimas, con las mariposas azules galanteando a los señoriales claveles, con los suspiros tímidos del céfiro tentando tus finos cabellos carmesí y entre la luna junto al sol mirándonos como espías, te dije viéndote a tus astros marinos las palabras que prometí nunca más repetir: Te amo, te amo, te amo tan solo a ti.