
- Que cansancio…, esta Antonia, me sigue por todas partes, ya no se como apartarme de ella.
- Mejor voy a tomar aire por mi ventana para así poder despejar la mente.
La niña se acerca a su ventana, sentándose en una silla que había arrimado para así descansar un poco de los acontecimientos que le habían ocurrido en ese día.
Sus ojos se le iban cerrando lentamente, como velo oscuro de la noche al cubrir lánguidamente el atardecer, un pequeño ruiseñor que volaba por aquel lugar se enterneció al ver a la pobre niña y se posa al lado de sus sueños y le canta la siguiente canción:
- Soy un príncipe de una tierra lejana / soy un rey de un lugar / tan bello que ojo humano / nunca ha de encontrar / Soy una luz del día / en plena noche sin estrellas / vivaz luz sombría / que surca los cielos / tratando de encontrar /un corazón tan bello y cristalino / que pueda aplacar mi soledad.
La niña entre abre sus ojos y dice:
- Qué lindo pajarito y… ¿Qué dirá, con tanto cantar?
Y sus ojos se cierran, comenzando a soñar.
- ¿Qué lugar es éste?... ¿Y tú quien eres?
Le pregunta, a una sombra que esta a su lado, he aquí, que el color de tal sombra no era ni blanca, ni negra, ni roja, ni verde, ni azul, en realidad era translucida, respondiendo ésta sombra a la niña.
- Soy aquel que narra historias / que en realidad no son verdades / oculto entre letras / pero despierto en plena madrugada / éste es mi reino / abre bien tus lindos ojos y contempla mi amada tierra.
La bella niña abre sus hermosos ojos y contempla el siguiente paisaje: Los cielos eran azules, claros y bellos, que en ningún lugar de la tierra se ha de encontrar y como agraciado sol, tenía una estrella; no amarilla, ni hiriente luz a los ojos humanos, si no era dorada que de vez en cuando parecía sonreír.
La tierra que pisaba era un hermoso jardín, todo aquel reino era un gigantesco jardín, las flores que se encontraban no eran conocidas, eran parecidas a las blanquecinas rosas, a los arrogantes claveles, a las lindas margaritas, a las espirituales petunias, a los exquisitos girasoles, a los soñadores tulipanes, su color era como la de su noble señor, translucida.
Estas hermosas flores emitían un agradable perfume y al abrir sus bellos pétalos, decían entre tenue canto:
“Ha llegado al reino de nuestro señor/ una hermosa niña/más bella que las propias rosas/ más clara que un bello manantial/ alma pura y cristalina/se ve escrito en aquellos hermosos ojos negros, sin par”
En medio de aquel exquisito jardín surcaba serpenteante un bello rió, sus aguas eran claras y limpias; como las lágrimas de una linda virgen que llora de felicidad.
En aquel rió se podía ver hermosos peces clareados que saltaban de vez en cuando, hacia el vació de los gemidos de las hermosas flores que los rodeaban, para luego convertirse en brilloso roció que aplacaban delicadamente la sed de las tiernas beldades.
Así mismo, en aquel bello edén, se podía apreciar, unas hermosas mariposas que se posaban entre los pétalos y pistilos de las bonitas flores, pero digo mal no eran mariposas, si no lindas hadas doradas como aquel astro que brillaba en los cielos, y he aquí que las bellísimas hadas decían:
No deseamos intrusas en este lindo valle / nuestro señor es nuestro y de nadie más / vete y no vuelvas jamás...
El cantar de las bellas hadas no era agresivo, si no lastimero; como cuando a una blanca paloma le alcanza una fugaz piedra que desgraciada le quita su vida y mancha su estadía de rojo muerte, de negro vivar.
En aquel reino había hermosos árboles; verdes como las esmeraldas y sus frutos eran rojos en forma de corazón y su sabor eran deliciosamente dulces, delicadamente amargos, en aquel bello reino se le conocía con el nombre de amores.
Una imagen se percibía entre ellos, era la de una hermosa mujer de ojos verdes intensos de unos labios tan bellos como rubís, de una cabellera preciosa que semejaba a los halos de luz del sol terrenal, y la pobre trataba de alcanzar el fruto de los árboles y no podía, porque la infeliz era etérea.
Al ver a la sombra y a la niña, empezó a llorar y gemir con palabras que se repetían sin cesar:
…Me olvidaste / me olvidaste / amore mio/ siendo mi alma y mi cuerpo/ manjar divino / de tus labios y tus manos / de tus suspiros y llantos / en que quedo tu promesa/ en donde quedo tu olvido…
Y al moverse la beldad de mujer se disipo y tan solo quedo cúmulos extremadamente pequeños y purpúreos de distinto color…
La niña sintió temor y al ver a la sombra, pudo sentir una inmensa tristeza que brotaba de su corazón:
…Eras mi principessa / eras mi todo / eras el universo / mi inigualable resplandor / pero tu corazón tan volátil / siempre me aparto… / donde quedaron tus palabras / donde quedo tu amor / que quise tocarlo / pero tu traición lo marchito…
Hubo un silencio que cubrió por un instante aquel reino de ilusión, no se escuchaba sonido alguno, ni siquiera un delgado respiro…