Estaba agobiado por las deudas, por el vació que sentía en su vida. Los amores pasaron ante sus ojos pero, eran casuales y no sinceros, malgasto su dinero en cosas superfluas y vanas.
La tarde iba agonizando en el verdor de los bosques, uno que otro canto fortuito de alguna avecilla despertaba el silencio que musitaba tenuemente entre los zarzales. El viento acariciaba suavemente el gótico paisaje agreste.
El hombre seguía pensativo y miraba la altura de los árboles, un suspiro susurrante lanza al vació, y sus manos desgastadas, cogen su libertad de este tenebroso martirio.
Esparce su ansiosa angustia hacia el roble viejo y agonizante, este complacidamente acoge entre sus brazos lo que pronto será una agonía mortal… ¡Si mortal!…pero de un sabor deliciosamente dulce hacia su libertad.
Un nudo fuerte y certero, una cuarta vocal creada con sus propias manos, y tensando fuertemente sus tristes recuerdos, se dibuja en su rostro demacrado una mueca satírica.
Se eleva en lo alto de sus penas y tira violentamente el apoyo moralizador, que prontamente lo llevara a una felicidad eterna. Una marca ruborosamente de golpe aparece en su cuello, un último intento de supervivencia sale de su cuerpo, se escucha el crujir de huesos o de madera añeja y un ruido estrepitoso se oye como un eco interminable que se va muriendo de apoco en aquel verdoso y sombrío lugar.
El hombre yace tirado en medio de sus frustrantes quejidos, se levanta violentamente, mira con furia al roble enmohecido, y con voz grave lanza una blasfemia que recorre todo aquel lugar:
¡Carajo!…por quererme suicidar…casi me mato.